PARA QUE USTED LEA:

En el Libro de Colosenses 2:8 se nos advierte:
“Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme los rudimentos del mundo, y no según Cristo”.

La ignorancia, infortunadamente engendra a menudo contra-verdades que alimentan el odio y el resentimiento hacia el conocimiento original.
Cuando nos atrevemos a contradecir las tradiciones de predicadores y pseudomaestros, somos descalificados inmediatamente, satanizando la interpretación correcta de los textos sagrados, olvidando que la revelación de los secretos SIEMPRE ha estado a nuestra disposición, pero cerrada para aquellos, que se niegan a profundizar en el asunto.
Jacques Cousteau reveló la más extraordinaria riqueza oceánica, que no estaba reseñada en los libros sobre el tema, cuando penetró la profundidad del suelo submarino y se permitió, romper con el temor a lo desconocido.
Los sellos que protegen la información divina, han estado abiertos para que usted descubra su valioso contenido.
Es tan fácil rechazar aquello que ha sido estigmatizado por algunos sacerdotes y ministros, quedando sujetos a la dirección de aquel, que tiene injerencia en nuestras decisiones y de quien creemos, siempre tiene la razón y no nos atrevemos a cuestionarle sus posiciones, aunque nos parezcan erradas.
Conformistas de una superficial herencia bíblica, recibida de las tradiciones costumbristas, que han desplazado de manera casi total, la realidad inexorable de una verdad que está en La Palabra, pero que ignoramos, por la falta de un maestro capacitado, responsable, conocedor y explorador de los textos sagrados en los lenguajes de la biblia: Hebreo, arameo, galileo y griego.
¡Ay de los hombres que esconden la llave que abre el cofre de los secretos!
A la Iglesia le está faltando vino nuevo. Cristo está allí: Pasivo, callado, esperando que lo dejen actuar.
La comodidad nace del conformismo y la aceptación de las cosas. No hay preocupación por buscar, escudriñar y hallar la verdad.

Se nos olvida que Cristo ha reservado el buen vino para el final. Nuestras tradiciones nos impiden mirar hacia un horizonte nuevo.

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